El Cerro La Vieja

Me dedicaba a pasear por los cerros de la ciudad puerto, buscando encontrar los codiciados "completos con jugo ilimitado", una oferta que peca de genial al encontrarse ubicada a tal altura del cerro Barón que lo único que quieres al llegar es el jugo. Cuando volvía de la preciada merienda, vulgarizada injustamente como "bajón", me crucé con una procesión de lo que algunos gustamos llamar: viejas. No estoy seguro respecto a qué era lo que las congregaba en ese irónico mirador del cerro donde puedes ver tanto el hermoso paisaje de la costanera como la contaminada ciudad que le precede, incesante en su presión a la llegada del tsunami. Algo particularizaba esta reunión, todas las ancianas llevaban poleras estampadas con el nombre del cerro al que representaban. Me senté a observar el espectáculo del cuchicheo y la sabiduría mal gastada en consejos a oídos sordos. Así, fui relacionando a cada señora con su representado cerro. Tratando de no leer el nombre escrito en la polera hasta tratar de adivinarlo según las singularidades de cada una.
Una mujer tenía facciones bruscas, rudas, toscas. Tenía el clásico corte de profesora de religión de colegio municipal, ese que llaman corte escolar. Era demasiado fácil: Barón.
Otra fémina gozaba pecaminosamente de exquisitos manjares, hacia mostración orgullosa de su trabajada panza y dejaba chorrear empanadas, chocolates y bebidas sin siquiera dirigir nunca la palabra a ninguna de sus compañeras, con excepción del jovenzuelo que parecía guiarlas en la, por mi parte, ignorada travesía. Mas sólo le dirigía la palabra o para pedirle goces alimenticios o insinuarle otro tipo de goces. No sé porqué me costó tanto: Los Placeres.
Hubo una que me llamó la atención por largo rato. Era grosera con sus compañeras, con el guía, incluso a mí parecía ofrecerme esa cara de culo que la caracterizaba. No lograba entender porqué esta mujer estaba ahí si no lo parecía disfrutar para nada, más bien parecía enojadísima. ¿qué cerro podía representar esta huraña persona? Me rendí, tuve que quitarme la duda haciendo trampa, leí la irónica polera: Alegre.
Pero ninguna podrá superar la dificultad de la persona más horrible que se mezclaba en ese cardume de mantarrugas. Ni siquiera fueron tan complicados el mismo cerro Alegre o el Polanco, Mariposa, O'higgins, etc. Esta señora no sólo cargaba una gran joroba, un notorio labio leporino y una verruga cancerígena sino también una evidente depresión expresada por el único ojo que aún lograba mantener abierto a causa de extrañas infecciones llenas de materia en su baja frente. Nadie le hablaba y no parecía extrañarle, debo confesar que si yo le hubiese dirigido la palabra hubiese tenido una intención netamente investigativa. Estaba perdiendo mi capacidad de observación, no estaba logrando hacer uso de un poder del que creía gozar. Nuevamente me rendí. Me acerqué para tratar de leer en su polera, que ya estaba toda arrugada por causa de una mala costumbre nerviosa de la doña. Peor aún, el resto de las viejas cubrían el espacio que me debiese permitir mirar con disimulo a la pobre mujer. Me acerqué aún más, llamando ya la atención de todas las presentes, el guía y permitiendo el asombro de la mentada vieja fea. Cuando ya fue suficiente, y demasiado obvio, pude por fin leer el estampado de su polera.
Debo disculparme con todos, pero mi reacción no fue la más sensata y carecía de todo aquello que llamamos tacto o buenos modales. Caí de súbito al piso como teniendo un ataque de epilepsia o algo así, apreté con fuerza mi estómago tratando de amainar el dolor que causaba el trabajo muscular de todo mi cuerpo producido por las carcajadas estridentes. Toda esta incontinencia risueña tuvo de agregado unos cuantos ruidos porcinos, ahogos de magnitudes asmáticas y gemidos de dolor. No podía parar de reír. Las viejas me miraban y no me importaba. Me dediqué a disfrutar de mi risa. Hasta ahí era todo tan incomprensible para ellas que podía huir sin ser más que un extraño pasaje en sus largas vidas porteñas llenas de historias mucho más interesantes y personajes mucho más excéntricos que el tipo de la risa a ras de suelo. Pero mi cerebro me ha enseñado a ser desubicado como nadie puede controlar voluntariamente, así es. Entonces, hice uso de mis facultades para atraer problemas y grité, aún en carcajadas estridentes: "¡¡jajajaja!! ¡¡La Virgen!!"
post scriptum: las imágenes corresponden a la escultura: "two women" de Ron Mueck... averigüen sobre él.
¡¡¡saludos!!!