lunes, noviembre 23, 2009

PORTEÑISMO CRÓNICO

¡Un container en la plaza O’higgins! Y, sin embargo, no veo turistas ni porteños concentrados alrededor de tamaña descontextualización. ¿Será que nos hemos habituado a este tipo de situaciones? El problema con dicha habituación surge cuando no sabemos con certeza si es producto de las cotidianas negligencias de personas, empresas privadas o empresas públicas, entre otras, o bien se trata de una intervención artística. En este caso, claramente se trata de la segunda. Un cartel anuncia el pronto comienzo del segundo festival “Teatro Container” a la ciudad de Valparaíso.

La plaza O’higgins, recién mentada, se constituye como una plaza de armas para el barrio el almendral. Lo extraño es que no me pareció ver almendrales en ella, sólo bellotos y palmeras. Es comprensible, de todos modos, porque la plaza es mucho más nueva que el barrio, aunque no podría profundizar en ello. Esta pseudo plaza de armas contiene, para rematar aún más la similitud, un típico escenario con techo tipo cúpula, muy comunes en las verdaderas plazas de armas. No obstante, jamás he visto dicho escenario en uso. La actividad de la plaza es mucha y variada, pero jamás he visto el plató cumpliendo su propósito. Basta con dar una vuelta a la plaza para dar cuenta que el escenario es la plaza, y esa construcción a la orilla de Victoria no es más que un objeto a opacar por libros usados, anticuarios, filatélicos, tahúres criollos y un container, entre otros.

Al superar el desconcierto que un escenario en desuso y un container descontextualizado bajo el calor de la tarde produjeron en mí, continuo el paseo por la plaza mientras la preciada empanada de queso es ahuyentada por la simple presencia de los encargados del orden público. Es increíble cómo normalmente no estoy preocupado de la existencia de Carabineros de Chile, pero basta con un par de movimientos rápidos para advertir la labor de la policía. Empero, desordenaron la plaza: carritos de sopaipillas, empanadas, vendedores ambulantes de todo tipo han tenido que migrar a otros puntos de la ciudad. ¿Cómo es posible que alguien capaz de provocar tal situación sea el legítimo encargado del orden? Mientras tanto, nada desconcentra a los ancianos tahúres porteños que tienen dominada la plaza con sus briscas y chiflotas. El club “puerto eterno” es el organizador de torneos y eventos alrededor de estos juegos lógicos y de azar, sumando a veces el ajedrez y las damas, siempre fieles al té y el café comercializado especialmente para ellos, rodeando las mesas gentilmente dispuestas al centro de la plaza en las cercanías de la calle Almirante Barroso y, mientras no haya antigüedades, en la orilla norte que colinda con Victoria.

En el centro de la plaza, un monumento a Bernardo O’higgins se levanta imponente, declarando de antemano que no murió en batalla, pues su caballo descansa erguido y no en actitud de combate. La estatua por sí sola no es impresionantemente grande, lo que le permite ganar imponencia es el hecho de estar situada sobre una montaña de rocas de aproximadamente diez metros de alto. Empero, a pesar de tal solemnidad y magnificencia, las rocas no sirven más que de divertidos obstáculos de escalada, mientras la estatua está tan arriba que no muchos mirarán más de una vez debido al esfuerzo físico que supone hacerlo.

Más abajo, en la orilla Pedro Montt, el comercio ilegal se ha reestablecido pues la policía se ha concentrado en la actividad que ocurre en los pastos que no escasean en la plaza, donde parejas de ancianos y de jóvenes, familias y niños capean, protegidos por la sombra natural de palmeras y bellotos, el horrible sol de la tarde. Pocas banderas y carteles de connotación política en el contexto de las recientes campañas electorales han inundado esta plaza, pues la actividad es tal que si se ve interrumpida puede provocarse un caos incalculablemente peligroso, muchas vidas dependen de esta plaza. Aún así, llegando a la esquina de Uruguay, frente al teatro municipal, ex Velarde, un par de carteles de la coalición por el cambio se hacen presentes. Descontextualización, mas no artística.

Subiendo nuevamente hacia Victoria, la música se empieza a hacer presente. En la pared trasera de los baños públicos de la plaza, un afiche anuncia la pronta tocata de los Kumbia Queers. Poco más arriba, Sebastián Vila canta sus boleros en vivo, mientras ofrece una cantidad enorme de discos de producción propia que vende a precios bastante convenientes. Sebastián ya es un clásico en la plaza, no obstante desconozco si fue un clásico en algún otro lugar, como los "tangueros" del Cinzano, por ejemplo.

Ya he dado la vuelta a la plaza y no mucho cambió en la orilla de calle Victoria. Algunos de los fugitivos carros de empanadas prefirieron instalarse provisoriamente junto a los apostadores de la chiflota y la brisca. Al salir de la plaza O’higgins por Victoria, hacia el norte, comienza a divisarse el Congreso Nacional. Es una de las pocas veces que espero que los árboles no me dejen ver el bosque, protección que sí me daba la plaza. Y es que el Congreso es una de las construcciones más toscas y groseras que he visto. Consiste en un arco de concreto que jamás ha triunfado, lleno de ventanas que no miran ni hacia fuera ni hacia dentro y una escalinata enorme… Enormemente inútil si no hay actos oficiales. Por dentro es hermoso, no lo niego, las cámaras son preciosas. Pero a mí, y a muchos de los otros habitantes y visitantes de la ciudad, nos toca verlo por fuera a menudo, lo cual trato de evitar, pero su tamaño no deja espacio para indiferencias. Y cuando lo logro, sobre todo en las noches que voy en busca de completos o churrascos al carrito de la plaza O’higgins (sólo presente después de las 21:00 hrs. en la esquina de Victoria con Uruguay, en la plaza), carabineros con cascos militares denotan la presencia del monumento al despilfarro político-social de este país.

Frente al Congreso, el Servicio Nacional de Pesca tiene como vecino los resabios de un incendio que ya no recuerdo, ¡y es que han sido tantos! Poco más allá, “El Festín” ofrece las mejores empanadas de horno en el sector. Esta vez, declino la oferta. Mucho más importante que comer en este instante, es fumar un cigarrillo. Quiero comprar “sueltos”. A pesar de que la ley lo prohibió hace ya algún tiempo, se presenta como espejismo el bazar “La Tuya Tuya” en la esquina nororiente de Victoria con Juana Ross. Claramente, esta es “la mía mía”.

Gracias a la detención tabaco-cancerígena, reparo en la fachada de “EL PENECA” y noto que ya es todo lo que queda de este. Algo me acongoja, jamás supe a qué tipo de negocio correspondía tal nombre. Sólo se alcanzan a ver restos de las letras que le anunciaban: ¿“…BERIA”? ¿”…RERIA”? No lo sé y no quiero enterarme por Internet. Quiero que algún viejo porteño me cuente historias y llore por la desaparición de su, qué se yo, “LICORERIA EL PENECA”, por ejemplo.

Doblo por Juana Ross hacia el Norte, la calle del “PENECA”, donde muchas de las hermosas y grandes casa de su vereda norte funcionan hoy como bodegas, muy útiles para los vendedores de la “Feria de las pulgas” de Avenida Argentina. La otra vereda comprende la Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes y un restaurante que no recuerdo por que se ve carísimo. Si no tiene los precios indicados afuera, es carísimo y no merece ocupar espacio en mi memoria. El suelo es de adoquines, tanto en la vía vehicular como en las veredas. No obstante, no puedo dejar de destacar algo que siempre me ha llamado la atención respecto de la correspondencia de las calles Pedro Montt, Uruguay, Victoria, Juana Ross y Av. Argentina. Desde Avenida Argentina, Juana Ross es paralela a Pedro Montt; desde Victoria, Juana Ross es paralela a Uruguay; mientras Victoria es paralela a Pedro Montt; y Avenida Argentina es paralela a Uruguay. Planteado de esta manera, parece un acertijo descubrir cómo, por ejemplo, dibujar estas cuadras, y resulta complejo entenderlo cuando uno va notando esta relación sin sentido entre calles paralelas. Pero hace ya mucho tiempo que comprendo que las calles no son rectas, las cuadras no son cuadradas y Valparaíso, por excelencia, sabe mucho de eso. Lo suficiente para engañar a cualquier santiaguino.

Juana Ross, entre Avenida Argentina y Victoria, es una pequeña cuadra. A pesar de esto, parece contener más historia de la que declara a simple vista. Hay locales como la sombrerería “ex Eliseo Rojas” (que me plantea la duda si Eliseo Rojas cambió su nombre o sólo la sombrerería), el Jardín Fleming (venta de coronas, cojines, “bouquetes” y todo tipo de arreglos florales), el parlamento chico (antigua “picada” que ostenta una rocola de DVD’s) y “La Guarida”, el peor lugar donde comer cualquier cosa. Los peores completos, pizzas, papas fritas, colaciones, etc. Indigestión segura, por lo menos. Una verdadera vergüenza para la industria “completera” de excelencia que esta ciudad ofrece casi exclusivamente para universitarios bebidos o “volados”.

El recorrido continúa en Avenida argentina, calle de transito constante que incluye la llegada de Vehículos particulares y públicos desde Viña del Mar, Santiago, los cerros colindantes y quienes se movilizan dentro del plan de Valparaíso. Un día lunes, el “bandejón” de esta avenida no es más que el tejado del sistema de alcantarillado más grande de la ciudad. Miércoles y Sábado, es la plaza de abastos más surtida que he conocido, con muy buenos precios destacados con frases como “Naranjas - $300 el Kilo – son chicas, pero putas que son jugosas”. Esta Feria de frutas y verduras ha sido recientemente remodelada gracias a carpas verdes que delimitan cada puesto. Desde la llegada de este “new look” de la feria, me parece curioso que, a pesar de la utilidad de una buena sombra para cada puesto, la feria parezca un recinto cerrado, poco visible para quien la bordea.

Este mismo sector se convierte en “feria de las pulgas” los días Domingo, donde encuentras desde chucherías de las más inútiles hasta muebles y electro-menaje de calidades variadas. Ahora bien, en ambas ferias, la oferta de mote con huesillo, empanadas, jugo de piña con helado, anticuchos y “sanguche’ potito” resulta provechosa para cualquier visita. Además, cada vez que veo los “sanguche’ potito”, recuerdo el origen de su particular nombre. Pues, si bien el emparedado consiste en una mezcla cocida de “guatitas” de vacuno con “chorizo” de cerdo, su nominación corresponde a la manera en que nos vemos obligados a comer tal manjar. Y es que es obligatorio inclinar el torso hacia delante, levantando las nalgas, con el fin de no manchar la vestimenta con el jugo de las “guatitas” y el “chorizo”.

Ambas veredas de Avenida Argentina incluyen en su repertorio locales de comida, ciber-cafés y locales de “chumbeque” (como se le llama en Valparaíso a las maquinas de azar que se han popularizado enormemente en la ciudad-puerto). La vereda norte cuenta con al menos tres establecimientos de educación, la parroquia San Juan Bosco y la preciada Panadería “Inglesa”.

Poco antes de llegar a la “Inglesa”, la calle Simpson abre una nueva y atractiva posibilidad en el recorrido, el ascensor “Polanco”. Al caminar hacia el ascensor, encuentro murales, un librería homónima a la calle, la escuela Gaspar Cabrales, el Liceo La Igualdad, el Valparaíso Moto Club y una curiosa Pizzería llamada “Pancho Pissa’s”, las que deben ser pizzas muy chilenas. Ya cerca del ascensor, noto agua cayendo sobre basura, luego un pequeño canal que lo explica todo, mas no explica de dónde proviene el agua. El canal sale desde el ascensor, pago mi entrada de sólo cien pesos e inmediatamente el canal se convierte en dos, uno a cada lado de un largo túnel con paredes de piedra y suelo de concreto. El agua cae desde las paredes, la humedad que se siente adentro es muy agradable para días de primavera o verano. El túnel está iluminado por tubos alógenos, hubiese preferido antorchas en su lugar, pero no sería lo más seguro en ningún sentido. No puedo evitar, aprovechando la extensión y lo tenebroso de la apariencia del túnel, ir en busca de un eco, pero ya no soy un niño y no me atrevo a hacerlo estando solo frente a gente extraña, así que simulo una fuerte tos y compruebo la resonancia espectacular del lugar, mas nada sobre la procedencia del agua.

Ya en la puerta del ascensor, toco el timbre y espero que baje a buscarme. Mientras, me percato de la existencia de una especie de pileta a una orilla de la entrada al aparato. En ella, caen gotas de agua desde variados puntos de su techo de piedras, hasta ahí llega mi búsqueda de la fuente original del agua que corre dentro del túnel. En la escasa profundidad de la pileta se pueden observar considerables cantidades de monedas de diverso valor. “¿Habrán tarifas diferenciadas según el deseo que pidamos?”, me pregunto en tanto se abre la puerta del ascensor y me recibe amablemente el encargado. No hay mucho que decir, simplemente sube, no me pregunta dónde bajo, subimos viendo por las ventanas cómo vamos superando piedras y una parada intermedia que obviamos. Rápidamente llego hasta la cumbre de la torre, donde me recibe un balcón de madera que cuenta con una panorámica múltiple de la ciudad: los cerros, el muelle barón, el plan, el feo congreso y el puerto. Observando los sectores residenciales, por fin entiendo lo que quiso decirme una compañera hace muchos años con la frase “¡los techos de Valparaíso!” (Hay que verlo, no entenderlo).

Estando en el cerro Polanco, me encuentro con un turista claramente gringo que me saluda cual mormón por la calle. Le saludo de vuelta y pienso rápidamente: “si lo sigo un rato, quizás note lo que pueda ser interesante para mi crónica”. Con esto en mente, le sigo hacia un mirador de la peor calaña ubicado en un pequeño pasaje llamado Avenida Ciccarelli, hecho casi exclusivamente de concreto con una pésima vista del plan. Decidí inmediatamente que el recorrido sería mío exclusivamente. Así que descendí por una bajada de adoquines con escaleras laberínticas, muy similares a los cuadros de Escher, donde sólo el agua bajaría sin mirarse los pies. Siguiendo ese curioso camino, encontré la parada intermedia del ascensor, en Adolfo Valderrama 11, fuera de la cual se construyó un “resbalín” de cemento y unos dispositivos para escalar hacia la cima del mismo “resbalín”.

Todo el recorrido de bajada del cerro Polanco incluía pequeños pasajes y pasillos donde se celebraba algún pequeño asado o pequeña bailanta, al son de “Los Dominicanos” o, el connotado artista nacional, Américo. Música de la cual, por lo demás, no está exento ningún cerro.

Al salir de Simpson no pude evitar la añoranza de un jugo de piña con helado o de un mote con huesillos, mas no es el día adecuado. Atravieso Argentina buscando llegar a Colón, la calle menos transitada más famosa de Valparaíso. Sólo el popular recorrido de microbuses “O” y los trolebuses han hecho de esta calle una preciada y obligatoria vía por visitar. No obstante tiene ella sus propios méritos, como el casino “Los Artesanos”, perteneciente a la Asociación de Artesanos fundada en 1958, “El Canario (Las Tejas)”, relación de dos nombres que nunca he consultado, o el sindicato de trabajadores independientes suplementeros N º 1 de Valparaíso, el nombre más largo que existe para cualquier sindicato. Las paredes de Colón no escapan al rigor del manifestante con pintura. Pero cuando leo “FUMA Y VIBE” rallado en una pared, no dejo de pensar en lo drogado que debe haber estado quien escribió eso que, al menos personalmente, llama a no fumar nada, pues nadie quiere “VIBIR”. Aún así enciendo un cigarrillo.

Seguir caminando por Colón significaría ir en busca del Hospital Carlos Van Buren o el Liceo Eduardo de la Barra, pero ninguno de los dos importantes lugares de esta ciudad merece tanta atención como la iglesia abandonada en Hontaneda, poco más arriba de Colón. Un templo probablemente católico, sin nombre visible que adorna sus puertas con ángeles y, sobre el marco de la entrada, un querubín. La construcción completa tiene un aspecto algo romano, pero no se mucho de arquitectura y diseño. Las ventanas están tapiadas, mas cuando veo la construcción desde otra perspectiva, noto que ha sido demolida en gran parte y queda prácticamente la sola fachada.

Fui, un día domingo, en busca del parque el Litre, del cual he escuchado buenas opiniones por un lado y nulas por el otro. Supuse que, como buen parque, estaría abierto un domingo. Estaba cerrado. Pude notar que había sido construido gracias a variados aportes, pero que la finalidad era dar a la ciudad un pequeño pulmón. Apagué mi cigarrillo en la reja del lugar y quise visitar la Iglesia Corazón de María, tampoco pude entrar, pero no dejó de llamarme la atención el campanario casi abandonado que se apoya en la precaria tecnología de un altoparlante con el cual se simulan las clásicas campanadas del dogmatismo católico. No se comparaba en nada esta iglesia, a mi iglesia de Hontaneda. Es más, es esta la que debiese ser demolida.

Frente a la Iglesia Corazón de María, un mural recordaba a Jesucristo siendo condenado a la crucifixión ante Pilatos. Y me vi empujado a pensar: “¿si cristo hubiese sido porteño, hubiera hecho el mismo recorrido que hice yo?”. Probablemente, él hubiese despreciado los templos, la actitud policial, los monumentos a ídolos cualesquiera, la ostentación política y la naturaleza cercada. Pero estoy seguro de que no hubiese despreciado el prohibido cigarrillo suelto. Sin el cual no encontraría resonancia en los túneles y echaría de menos el smog de santiago, convirtiendo la tos crónica en un raro, pero sufrible, “porteñismo crónico”.

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4 ¿y qué dijo el otro?:

Blogger pogoto_jara said...

Recuerdo mis viajes en tren desde Santiago a Valparaiso, desde allí, desde la estación Mapocho. El tren paraba en cuanto pueblo habia y en el camino se podia comprar sandwich de pollo o quequitos, dentro del tren vendían marta, bilz y pirsener, haciendo el viaje mucho mas placentero. Fue para el 73 que hice m i ultimo viaje, lo hice para inscribirme en la Catolica de Valparaiso, para estudiar Economia, me acompaño mi hermano Máximo; fue en el almuerzo cuando sacamos cuentas, cuentas de lo que significaría vivir en Valparaiso, tome la decisión no se si mala o buena en mi vida, pero volvi a Santiago y me inscribi en Ingeniería en la UTE. El punto es que nunca mas utilice ese tren, pues lo sacaron de la estación Mapocho en tiempos de dictadura. Asi perdí Valparaiso y la romantica estación Yungay.

11:22 p. m.  
Anonymous Estefanía Janet said...

Me parece muy ignorante tu manera de hablar hacia el vegetarianismo! Estas muy equivocado.
Creo que es menos cruel una verdulería que un matadero, pero bueno, hay gente que piensa que es lo mismo… sera porque no tienen idea de lo que hay detrás?. Si alguien sigue pensando que porque una orca caza una foca el hombre puede alimentarse de animales, creo que esa persona aun no ha elevado su conciencia mas allá de la cultura egoísta que lleva años instalada en todos nosotros. De todas maneras, esa persona, cuenta con mi respeto y cariño, aunque no bajare los brazos para mostrarle el sufrimiento que apoya.

Abrazos, paz y amor!

12:56 p. m.  
Blogger vitorio_parranda said...

no se como responder si partes tratándome de ignorante y terminas diciendome que me respetas... tú haces una escala enre quiene merecen tu empatía y quienes no... diferencias tipos de vida, unos más respetables que otros en términos de sufrimiento... ¿con qué criterio?
no se que más responder porque no has hecho ninguna pregunta... no se si leiste el texto que habla sobre el vegetarianismo porque no has dado argumentos para demostrar mi error y me tratas de ignorante sin conocerme... espero te explayes...

abrazo

3:04 p. m.  
Blogger Unknown said...

chasha!

12:32 p. m.  

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